Cuando el niño juega en su dormitorio, el armario se convierte en un cofre del tesoro o en una casa de muñecas, la cama en una piragua por un río del Amazonas, el escritorio en una pista de aterrizaje, en una autopista. Las flores crecen en las paredes, los animales brincan en la mesilla de noche y los sueños también se viven despiertos. Nada debe frenar el curso natural de la imaginación. Cada mueble, cada objeto se convierte en un pretexto para soñar despierto, en la pieza de un rompecabezas que invita a realizar nuevas exploraciones. Transformar una tarde aburrida en una expedición llena de animales salvajes con un simple «Y si jugásemos a ser». Inventar para comprender, experimentar para crecer. Los especialistas lo llaman «juego simbólico». Son los buenos tiempos del pensamiento mágico.